
La comunicación en un proceso de negociación va mucho más allá de las palabras. En cuestión de imagen, el color de la vestimenta es uno de los elementos más poderosos, capaz de reforzar el mensaje y predisponer a la otra parte de manera favorable. Elegir los tonos adecuados puede marcar la diferencia entre cerrar un acuerdo o generar resistencia.
Cuando se busca proyectar liderazgo y determinación, los tonos oscuros como el azul marino o el gris antracita son aliados estratégicos. El azul, en particular, es un color asociado a la confianza y la estabilidad, valores clave en cualquier negociación. No es casualidad que sea el tono predominante en entornos corporativos de alto nivel. Un traje azul bien estructurado o una blusa en este tono transmiten seguridad sin resultar intimidantes.
Si el objetivo es generar cercanía y fomentar la cooperación, los colores suaves juegan un papel fundamental. Los tonos pastel, como el lavanda o el azul claro, proyectan accesibilidad y apertura, facilitando el diálogo. Son ideales en negociaciones donde se busca generar confianza y construir relaciones a largo plazo. En cambio, los tonos demasiado fríos o agresivos pueden generar distancia o incomodidad.
En situaciones donde es necesario mantener el control y marcar autoridad, el negro y el rojo entran en juego. El negro, símbolo de sofisticación y poder, es una opción efectiva cuando se necesita reafirmar la posición de liderazgo. Sin embargo, su uso debe ser equilibrado para evitar transmitir rigidez o inaccesibilidad. Por otro lado, el rojo es un color que evoca energía y pasión, útil cuando se necesita transmitir determinación y dinamismo. No obstante, su intensidad puede resultar dominante, por lo que suele funcionar mejor en detalles o accesorios, como un pañuelo o una barra de labios en un tono burdeos.
El blanco y los tonos neutros ofrecen una imagen profesional y de transparencia, ideal en contextos donde se requiere transmitir imparcialidad. Un conjunto en tonos beige o arena puede suavizar la imagen sin restar seriedad, mientras que el blanco puro refuerza la sensación de claridad y honestidad.
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Más allá de la elección del color, la clave está en la coherencia con el mensaje y el contexto. Un vestuario alineado con la estrategia de negociación refuerza la confianza y ayuda a generar el impacto deseado. En un entorno donde cada detalle cuenta, dominar el lenguaje del color puede convertirse en una ventaja competitiva sutil pero decisiva.